Hoy ha sido uno de los días más emocionantes de toda mi vida. Pero no adelantaré acontecimientos, comenzaré por el principio...
Hará unos cuantos días, no recuerdo cómo, me enteré que Diana Navarro iba a actuar en Madrid dentro del festival Veranos de la Villa que todos los años ofrece el ayuntamiento. Entonces me acordé de la última conversación que tuve con mi padre sobre esta artista, donde le prometí que la próxima vez que actuara, le llevaría al concierto. Sé lo mucho que le gusta la Copla y ciertos palos del Flamenco, así que me faltó tiempo para investigar cómo conseguir las entradas. Por desgracia para mí, las entradas se vendían por internet o en la taquilla de los Jardines de Sabatini. Me dió un ataque de rabia porque yo no puedo comprar por internet al no poder acceder al pago electrónico, y no podía arriesgarme a comprarlas en taquilla, primero porque no tengo tiempo físico para ir a Madrid, y segundo porque no podía arriesgarme a llegar a la taquilla y quedarme sin entradas (todavía persiste en mí el desagradable recuerdo de la maldición de Tutankamón con las entradas).
Reducidas pues las opciones, no quedaba otra que comprar por internet. Pensé en mi niña Klara y en pedirle el favor de que me las sacara y yo se las pagaría, más intereses, agradeciéndoselo de por vida. Así que le pedí que me sacara 3 entradas porque quería regalárselas a mis padres. Obviamente no iba a dejar fuera de esto a mi madre, porque donde va mi padre, va mi madre, y donde va mi madre, va mi padre. Es así. Ojalá yo también encuentre ese tipo de relación para mí... en fin, que me disperso. Volvamos al tema de Klara y las entradas. Como siempre, ella no me falló y accedió a hacerme el favor. Al día siguiente, me las mandó por e-mail. Ahora sólo quedaba la parte más dificil: convencer a mi padre para ir a Madrid un jueves a las 22:00 de la noche. Esperaba que me costara más, pero cuando le dije que era un regalo, sonrió y aceptó.
Llegado el día del concierto, salimos a las 20:00 de casa, porque Madrid no es un sitio precisamente fácil para aparcar según en qué sitios. Después de dar unas vueltas buscando un parking, finalmente encontramos uno que no estaba completo en la Plaza de España, junto a los Jardines de Sabatini, lugar donde se celebraba el concierto. Dejamos el coche y paseamos hasta la entrada, pero con el calor que hacía y viendo que ibamos a pasar frente a una heladería, sugerí que podíamos comprar un helado, sabiendo de sobra que mi padre iba a aceptar porque sé lo mucho que le gustan los helados. Mi sonrisa fué mayor que la suya al verlo disfrutar con su cucharita de plástico (siempre pide una) y su helado de mora. En eso me sorprendió, porque mi padre es mucho de costumbres y siempre pide vainilla o tutti-frutti, pero esta vez, se atrevió con un sabor nuevo.
De modo que comiendo helado, llegamos hasta la entrada, nos escanearon las entradas y nos invitaron a disfrutar del concierto. No se lo dije a nadie, pero yo ya lo estaba disfrutando.
Una jovencita acomodadora nos llevó hasta nuestros asientos, los cuales dejaron mucho que desear: sillas de piscina de plástico verde descoloridas por el sol. Más cutres imposible. Y eso que yo me apaño con cualquier cosa, pero el público asistente era en su mayoría de la tercera juventud, y las sillas no eran adecuadas para ellos. Ese fue el gran fallo de la organización. Por lo demás estupendo: de fondo el Palacio Real, sus jardínes fresquitos al anochecer, una buena visibilidad a diferentes alturas y una acústica muy buena.
Con nervios, esperé la aparición de Diana en el escenario, que como siempre estaba guapísima. Ella no es de este mundo, es un pedacito de cielo en la tierra de los mortales, siempre lo he dicho y siempre lo diré. Yo iba a disfrutar porque Diana me apasiona, pero estaba nerviosa por saber qué les parecería a mis padres. Es el primer concierto de toda su vida, y eso me tenía espectante. Al principio mi padre no aplaudía por vergüenza pienso yo, pero en cuanto Diana se puso a cantar, le conquistó como ya hiciera años atrás conmigo misma. Y con cada canción, mi padre aplaudía más y más. Yo le veía por el rabillo del ojo de vez en cuando y su cara y su sonrisa, eran suficientes para hacerme saber lo que yo quería saber. Y es que mi padre nunca ha sido un hombre de demostraciones evidentes, por eso, al verlo así yo sabía que estaba disfrutando aunque no dijera nada. Y os juro que eso me bastó para sonreír, mirar a mi madre, comprobar que también sonreía y alzar la vista al cielo mientras Diana cantaba, para dar gracias por aquel momento. Con los ojos humedecidos y luchando contra mi misma para no dejar escapar ni una lágrima, respiré hondo y cerré los ojos deseando que, aquel instante, quedara atesorado en mi memoria hasta el fin de mis días.
Al terminar el concierto, mis padres no esperaron a que la gente dejara de aplaudir a Diana y ella desapareciera entre bambalinas, cosa que yo siempre hago porque no me gusta irme antes que el artista, pero entendí que era la primera vez en sus más de 60 años que iban a un concierto, y que estaban algo cansados porque la tortura china de las sillas que les hicieron cambiar de postura más a menudo durante la recta final del concierto, así que no dije nada, les acompañé a las escaleras y me aseguré que se agarraban bien a la barandilla para bajar.
Una vez emprendido el camino de regreso al coche les pregunté si les había gustado. Mi madre afirmó entusiasmada que le había encantado, y mi padre dijo que también le había gustado. Entonces le dije:
-Bueno, ¿entonces estas contento con tu regalo de jubilación?
Me miró, sonrió y sus ojos brillaron timidamente. Después asintió y continuó caminando sin perder la sonrisa. Aunque no dijo nada más, aquello fue suficiente para mí. Ahora estaba segura de que había disfrutado. Y como la tonta sensible soy yo, tuve que esforzarme para no emocionarme por enésima vez en la noche.
¿Hay algún regalo mejor para una hija, que ver felices a sus padres?
Lo cierto es que me hubiera gustado decirle tantas cosas... que te lo mereces papá. Has trabajado muchísimo para sacarnos adelante a todos. Te has partido el alma para que nunca nos faltara nada. Incluso cuando te diagnosticaron dos hernias discales que te tuvieron postrado en una cama durante mes y medio, nunca pensaste en tí mismo. Siempre has pensado en nuestro bienestar, en que no podías jubilarte antes de tiempo para quedarte con una pensión insultante que no era suficiente para todos los que todavía vivimos en casa obligados por las circunstancias de la vida. Me gustaría decirte tantas cosas que nunca te he dicho... aunque tú ya las sabes, como tú dices. En eso me temo que somos iguales.
Hoy quería verte feliz, era mi manera de darte las gracias por tantas cosas... y creo que lo he conseguido, porque hacía tiempo que no te veía sonréir de esta manera.
No quiero dejar a un lado a mi madre, porque también me llena de alegría ver su sonrisa, pero ella y yo estamos tan unidas, que todo es más visible. En cambio, con mi padre, he pasado una adolescencia muy difícil y bueno... el sentimiento de que, para él, nunca hacía nada bien, me ha durado muchos años. Esta noche por fin he podido sentir que he hecho algo bien. Tu sonrisa vale más que 1000 palabras para mí, papá.
Dicho todo esto, ¿quién tiene dudas todavía de que deba clasificar este día dentro de "Días cojonudos para recordar?
En fin, son las 2:30 de la madrugada, debo irme a dormir. Mañana salgo de viaje y no sé si podré pegar ojo, pero tengo que intentarlo. Es que encima, todo está tan relacionado... la malagueña Diana Navarro, el concierto de Flamenco, mi viaje a Málaga... después de todo, soy nacida en Madrid y encargada en Málaga, como siempre me han contado mis padres. Pero esa es otra historia...
Edito para colgar este vídeo que un alma caritativa ha subido a internet para que podamos disfrutarlo todos. Muchas gracias!.
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