jueves, 4 de febrero de 2010

¡Aleluya!





Salgo de casa a las 7:30 de la mañana para llegar al centro de inscripción. Abren a las 10, me quedan todavía 2 horas y media de espera. A pesar de que es muy temprano, soy la tercera en la cola. Hace un frío mortal, alguien se apiada de nosotros y nos abre las puertas del recinto para que podamos resguardarnos del frío, al menos. No hay asientos donde poder descansar un rato, y sentarme en el suelo es algo que superé hace muchos años, junto con mi época juvenil de estudiante revolucionaria que pensaba que se podía cambiar el mundo.

La última media hora la recuerdo especialmente dolorosa, pero todo eso se evapora cuando llego a la mesa y me dan mi solicitud de inscripción y mi folleto informativo donde se detallan todos los papeles que tengo que aportar. El frío, el cansancio, los nervios y las comeduras de coco han merecido la pena. He conseguido mi plaza.

En honor a la verdad, estaba a punto de tirar la toalla. Hacía tan solo unos días que había comenzado a barajar la posibilidad de que tal vez había llegado la hora de asumir que esto no era para mi. Justo cuando ya había comenzado a pensar que era el momento de retirarme con honor, porque al menos había luchado hasta el último momento por lo que quería, ocurrió el milagro.

Ahora se me abre una puerta que antes estaba cerrada. Tal vez no sea lo mismo que estudiar mi carrera, pero al menos me darán un título con el que poder solicitar empleo. Y si, tal vez no sea lo que yo quiero, tal vez no sea como cumplir mi sueño de ser maestra, pero me acerca bastante a lo que yo quiero. He dado un paso adelante después de años de estancamiento. Sólo por eso ya ha merecido la pena.

Se abre una etapa dura de mi vida en la que quiero abarcar muchos proyectos y hacer muchas cosas al mismo tiempo. No será precisamente fácil, pero me he roto el culo para llegar hasta aquí y no pienso desperdiciar esta oportunidad que se me ha dado.


Ahora es cuando empieza lo bueno...

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