El cuentacuentos celebra esta semana sus 100 frases propuestas, de las que han salido historias maravillosas. Yo personalmente me siento muy agradecida al Señor de las Historias y a todos los que han hecho posible que, semana tras semana, llegáramos a las 100 frases. Para mí, entrar a formar parte de esta gran familia, ha supuesto muchas satisfacciones y la enorme e inmerecida suerte de encontrar auténticos artistas de la pluma, de los que me confieso fan absoluta. Gracias a vosotros puedo añadir a mis recuerdos uno que me hace feliz.
Desde ya os pido disculpas porque hace mucho que no escribo y estoy un poco desentrenada, no obstante he abandonado mi periodo ermitaño porque quería celebrarlo con todos los cuentacuentos. En fin, no me enrollo más, esta es mi historia para celebrar con vosotros el acontecimiento:
El incesante goteo que se oía de fondo procedente de algún lugar impreciso, era el único sonido que rompía el silencio sepulcral de la celda. Apenas un tímido rayo de claridad se colaba por la minúscula rendija abierta en la pared de piedra, que hacía las veces de ventana. No había nada más, al menos nada más que él pudiera distinguir en aquella densa oscuridad.
Tenía la boca pastosa y la lengua completamente seca, trataba de paladear el aire para producir un poco de saliva que humedeciera su boca, pero aquello no le funcionaba, se moría de sed. No recordaba la última vez que había mojado sus labios con el líquido elemento y su desesperación iba en aumento al estar escuchando el goteo que reverberaba por toda la celda. Si al menos pudiera liberarse de las cadenas que lo mantenían suspendido del techo con los brazos en cruz, podría buscar la procedencia del ruido y saciar así su sed. Poco le importaba ya la procedencia del líquido, a esas alturas se hubiera bebido hasta el agua fecal que manaba de un escape en la tubería del desagüe. Pero cuanto más intentaba moverse, más se cansaba y más se resentían los músculos de sus brazos y su espalda. El dolor, los calambres, la sed, la impotencia y el desánimo le arrancaron de cuajo un grito agónico que brotó a borbotones de su garganta.
¿Cómo había llegado a aquella situación?, era incapaz de recordar como empezó todo aquello, quién le mantenía preso y el motivo de su cautiverio. Por más que intentaba rebuscar en sus recuerdos no encontraba nada, nada excepto brumas y más brumas.
De repente escuchó el ruido de pasos lejanos que se acercaban a buen ritmo. Por las pisadas sabía que se trataba de varias personas, pero incluso en ese momento no tuvo miedo, lo peor que podían hacerle, fuera quien fuese, era liberarle de aquel sufrimiento dándole muerte y aquello no le parecía tan malo.
La puerta de la celda crujió sobre sus goznes y con un chirrido ensordecedor se abrió para dar paso a dos hombres ataviados únicamente con grilletes en el cuelo, las muñecas y los pies, y que portaban grandes antorchas que vomitaron luz sobre cada uno de los rincones de la diminuta celda. Cada uno de ellos se situó a un lado de la puerta y de frente al prisionero, después no se movieron más, ni pronunciaron una sola palabra, simplemente aguardaron.
El prisionero que no entendía nada, les pregunto:
-¿Quiénes sois?, ¿qué hago aquí? -Pero no recibió respuesta.
En ese instante, una figura envuelta en una capa negra, hizo acto de aparición en la celda y los esclavos bajaron sus cabezas a modo de reverencia.
-Vaya, veo que aún no estás muerto –dijo la figura encapuchada-. Me sorprende tu resistencia, otros cayeron antes que tú y eran mucho más dignos de ser considerados personas.
El prisionero no podía ver el rostro de su interlocutor porque lo mantenía oculto, pero por el timbre de voz sabía que se trataba de una mujer.
-¿Qué te ocurre mortal?, ¿no sabes quien soy, verdad? –dijo la encapuchada al ver que el prisionero no pronunciaba palabra alguna y la miraba con la expresión de alguien que está tratando de buscar en su memoria algún dato que le hiciera reconocer a esa mujer.
La encapuchada sonrió bajo su capa y lentamente se descubrió el rostro, pero el prisionero no alcanzó a reconocerla.
-¿Quién eres tu? –le preguntó a aquella mujer de rasgos perfectos y belleza sobrehumana. Ella volvió a sonreír y dijo:
-Soy Némesis.
El silencio se apoderó de la celda y el goteo volvió a hacerse protagonista. Al ver que aquel nombre no le decía nada, Némesis chasqueó la lengua en un claro gesto de fastidio.
-¡Por todas las musas del Olimpo, siempre pasa lo mismo!, ¿Qué pasa que no os enseñan mitología en el colegio? –espetó enfadada.
El prisionero, boquiabierto e incapaz de emitir un solo sonido, negó con la cabeza.
Némesis farfulló algo en griego antiguo que tenía todo el aspecto de ser una retahíla de palabrotas y maldiciones.
-No tengo tiempo para esto… te diré que soy Némesis, la diosa griega de la venganza y que he venido a impartirte tu justo castigo, mortal. El resto lo buscas en el Google cuando salgas de aquí, si es que sales. Pero asegúrate de buscarlo, porque si sobrevives y volvemos a encontrarnos, me disgustaría profundamente que te preguntara y no supieras nada más de mi –dijo Némesis clavando sus encolerizados ojos en los del prisionero.
Éste quedó todavía más perplejo que antes y el único gesto que emitía era un parpadeo acelerado.
-¡Que!, ¿te cuesta procesar la información, no?, he visto módems que parpadeaban más rápido que tu –le dijo al prisionero, pero éste no reaccionaba.
-Estúpidos mortales…-masculló cada vez más irritada.
De repente otro esclavo entró apresurado en la celda y arrodillándose con la mirada fija en el suelo, dijo:
-Ama, se requiere vuestra presencia en la celda 47. Ha llegado un nuevo prisionero.
-Enseguida voy –contestó Némesis, y el esclavo asintió para ponerse en pie nuevamente y salir a toda prisa de la celda-. Tengo asuntos que atender, así que no puedo perder un tiempo contigo que no mereces.
-P…pero… ¿qué hago aquí y que es eso que has dicho de un castigo? –dijo finalmente el prisionero.
-¡Pero si habla! –dijo Némesis rebosante de sarcasmo-. Es inútil que te lo explique ahora porque tarde o temprano volverás a olvidarlo, así que me limitaré a decirte que si alguna vez pensaste que podías salir impune de tus infamias, te equivocaste. Todo se paga en la vida, más tarde o más temprano, y ahora te ha tocado a ti pagar.
-¿Pero qué infamias?, yo no he hecho nada –respondió el prisionero.
-¿Ah, no?, ¿y qué me dices de todas esas personas a las que has herido sabiendo que les estabas causando daño?, ¿Qué me dices de todas esas mujeres a las que has seducido solo para obtener sus favores carnales y después has dejado tiradas cuando ya era tarde para ellas y se habían enamorado de ti?
El prisionero calló súbitamente al darse cuenta de que Némesis conocía bien su vida, y por primera vez sintió miedo.
-Vas a sufrir un justo castigo mortal, el mismo dolor que has causado te será devuelto, ni más ni menos, el mismo –continúo Némesis.
-P… pero yo… -balbuceó el prisionero.
-No hay nada que puedas hacer, ya estás sentenciado –concluyó Némesis.
Y antes de que el prisionero pudiera decir algo más, ella alargó su mano y como si se tratara de un ser incorpóreo, atravesó el pecho del prisionero abriéndose paso entre piel, músculos, huesos y vísceras. El hombre, tremendamente impresionado y con el rostro desencajado, emitió un grito de horror cayendo presa del miedo mas atroz que había sentido en toda su vida. Sin poder controlarse, se zarandeaba de un lado a otro mientras gritaba con todas las fuerzas que le quedaban. Pero fue inútil, Némesis ya había llegado hasta su corazón y tras cerrar su mano alrededor del órgano, lo apretujó entre sus dedos para reducirlo al tamaño de una uva pasa, produciéndole al hombre una angustia infinita, cortándole la respiración y dejándole completamente mudo.
El prisionero comenzó a experimentar el dolor, la pena, la aflicción, la angustia y el desconsuelo más intenso y más profundo que jamás había sentido, y Némesis supo entonces que ya había comenzado su castigo.
Lentamente sacó su mano del pecho del hombre y se embozó en su capa negra. Antes de salir de la celda se detuvo frente a uno de los esclavos que sostenía una antorcha junto a la puerta y le dijo:
-El corazón volverá a su estado normal poco a poco, todavía le quedan muchas horas de agonía, pero cuando vuelva en sí, avisadme.
El esclavo asintió y Némesis salio de la estancia seguida por los dos esclavos que cerraron la pesada puerta haciéndola chirriar ensordecedoramente y sumiendo a la celda en un espeso silencio que solo era roto por el inacabable goteo procedente de algún lugar impreciso.
Desde ya os pido disculpas porque hace mucho que no escribo y estoy un poco desentrenada, no obstante he abandonado mi periodo ermitaño porque quería celebrarlo con todos los cuentacuentos. En fin, no me enrollo más, esta es mi historia para celebrar con vosotros el acontecimiento:
El incesante goteo que se oía de fondo procedente de algún lugar impreciso, era el único sonido que rompía el silencio sepulcral de la celda. Apenas un tímido rayo de claridad se colaba por la minúscula rendija abierta en la pared de piedra, que hacía las veces de ventana. No había nada más, al menos nada más que él pudiera distinguir en aquella densa oscuridad.
Tenía la boca pastosa y la lengua completamente seca, trataba de paladear el aire para producir un poco de saliva que humedeciera su boca, pero aquello no le funcionaba, se moría de sed. No recordaba la última vez que había mojado sus labios con el líquido elemento y su desesperación iba en aumento al estar escuchando el goteo que reverberaba por toda la celda. Si al menos pudiera liberarse de las cadenas que lo mantenían suspendido del techo con los brazos en cruz, podría buscar la procedencia del ruido y saciar así su sed. Poco le importaba ya la procedencia del líquido, a esas alturas se hubiera bebido hasta el agua fecal que manaba de un escape en la tubería del desagüe. Pero cuanto más intentaba moverse, más se cansaba y más se resentían los músculos de sus brazos y su espalda. El dolor, los calambres, la sed, la impotencia y el desánimo le arrancaron de cuajo un grito agónico que brotó a borbotones de su garganta.
¿Cómo había llegado a aquella situación?, era incapaz de recordar como empezó todo aquello, quién le mantenía preso y el motivo de su cautiverio. Por más que intentaba rebuscar en sus recuerdos no encontraba nada, nada excepto brumas y más brumas.
De repente escuchó el ruido de pasos lejanos que se acercaban a buen ritmo. Por las pisadas sabía que se trataba de varias personas, pero incluso en ese momento no tuvo miedo, lo peor que podían hacerle, fuera quien fuese, era liberarle de aquel sufrimiento dándole muerte y aquello no le parecía tan malo.
La puerta de la celda crujió sobre sus goznes y con un chirrido ensordecedor se abrió para dar paso a dos hombres ataviados únicamente con grilletes en el cuelo, las muñecas y los pies, y que portaban grandes antorchas que vomitaron luz sobre cada uno de los rincones de la diminuta celda. Cada uno de ellos se situó a un lado de la puerta y de frente al prisionero, después no se movieron más, ni pronunciaron una sola palabra, simplemente aguardaron.
El prisionero que no entendía nada, les pregunto:
-¿Quiénes sois?, ¿qué hago aquí? -Pero no recibió respuesta.
En ese instante, una figura envuelta en una capa negra, hizo acto de aparición en la celda y los esclavos bajaron sus cabezas a modo de reverencia.
-Vaya, veo que aún no estás muerto –dijo la figura encapuchada-. Me sorprende tu resistencia, otros cayeron antes que tú y eran mucho más dignos de ser considerados personas.
El prisionero no podía ver el rostro de su interlocutor porque lo mantenía oculto, pero por el timbre de voz sabía que se trataba de una mujer.
-¿Qué te ocurre mortal?, ¿no sabes quien soy, verdad? –dijo la encapuchada al ver que el prisionero no pronunciaba palabra alguna y la miraba con la expresión de alguien que está tratando de buscar en su memoria algún dato que le hiciera reconocer a esa mujer.
La encapuchada sonrió bajo su capa y lentamente se descubrió el rostro, pero el prisionero no alcanzó a reconocerla.
-¿Quién eres tu? –le preguntó a aquella mujer de rasgos perfectos y belleza sobrehumana. Ella volvió a sonreír y dijo:
-Soy Némesis.
El silencio se apoderó de la celda y el goteo volvió a hacerse protagonista. Al ver que aquel nombre no le decía nada, Némesis chasqueó la lengua en un claro gesto de fastidio.
-¡Por todas las musas del Olimpo, siempre pasa lo mismo!, ¿Qué pasa que no os enseñan mitología en el colegio? –espetó enfadada.
El prisionero, boquiabierto e incapaz de emitir un solo sonido, negó con la cabeza.
Némesis farfulló algo en griego antiguo que tenía todo el aspecto de ser una retahíla de palabrotas y maldiciones.
-No tengo tiempo para esto… te diré que soy Némesis, la diosa griega de la venganza y que he venido a impartirte tu justo castigo, mortal. El resto lo buscas en el Google cuando salgas de aquí, si es que sales. Pero asegúrate de buscarlo, porque si sobrevives y volvemos a encontrarnos, me disgustaría profundamente que te preguntara y no supieras nada más de mi –dijo Némesis clavando sus encolerizados ojos en los del prisionero.
Éste quedó todavía más perplejo que antes y el único gesto que emitía era un parpadeo acelerado.
-¡Que!, ¿te cuesta procesar la información, no?, he visto módems que parpadeaban más rápido que tu –le dijo al prisionero, pero éste no reaccionaba.
-Estúpidos mortales…-masculló cada vez más irritada.
De repente otro esclavo entró apresurado en la celda y arrodillándose con la mirada fija en el suelo, dijo:
-Ama, se requiere vuestra presencia en la celda 47. Ha llegado un nuevo prisionero.
-Enseguida voy –contestó Némesis, y el esclavo asintió para ponerse en pie nuevamente y salir a toda prisa de la celda-. Tengo asuntos que atender, así que no puedo perder un tiempo contigo que no mereces.
-P…pero… ¿qué hago aquí y que es eso que has dicho de un castigo? –dijo finalmente el prisionero.
-¡Pero si habla! –dijo Némesis rebosante de sarcasmo-. Es inútil que te lo explique ahora porque tarde o temprano volverás a olvidarlo, así que me limitaré a decirte que si alguna vez pensaste que podías salir impune de tus infamias, te equivocaste. Todo se paga en la vida, más tarde o más temprano, y ahora te ha tocado a ti pagar.
-¿Pero qué infamias?, yo no he hecho nada –respondió el prisionero.
-¿Ah, no?, ¿y qué me dices de todas esas personas a las que has herido sabiendo que les estabas causando daño?, ¿Qué me dices de todas esas mujeres a las que has seducido solo para obtener sus favores carnales y después has dejado tiradas cuando ya era tarde para ellas y se habían enamorado de ti?
El prisionero calló súbitamente al darse cuenta de que Némesis conocía bien su vida, y por primera vez sintió miedo.
-Vas a sufrir un justo castigo mortal, el mismo dolor que has causado te será devuelto, ni más ni menos, el mismo –continúo Némesis.
-P… pero yo… -balbuceó el prisionero.
-No hay nada que puedas hacer, ya estás sentenciado –concluyó Némesis.
Y antes de que el prisionero pudiera decir algo más, ella alargó su mano y como si se tratara de un ser incorpóreo, atravesó el pecho del prisionero abriéndose paso entre piel, músculos, huesos y vísceras. El hombre, tremendamente impresionado y con el rostro desencajado, emitió un grito de horror cayendo presa del miedo mas atroz que había sentido en toda su vida. Sin poder controlarse, se zarandeaba de un lado a otro mientras gritaba con todas las fuerzas que le quedaban. Pero fue inútil, Némesis ya había llegado hasta su corazón y tras cerrar su mano alrededor del órgano, lo apretujó entre sus dedos para reducirlo al tamaño de una uva pasa, produciéndole al hombre una angustia infinita, cortándole la respiración y dejándole completamente mudo.
El prisionero comenzó a experimentar el dolor, la pena, la aflicción, la angustia y el desconsuelo más intenso y más profundo que jamás había sentido, y Némesis supo entonces que ya había comenzado su castigo.
Lentamente sacó su mano del pecho del hombre y se embozó en su capa negra. Antes de salir de la celda se detuvo frente a uno de los esclavos que sostenía una antorcha junto a la puerta y le dijo:
-El corazón volverá a su estado normal poco a poco, todavía le quedan muchas horas de agonía, pero cuando vuelva en sí, avisadme.
El esclavo asintió y Némesis salio de la estancia seguida por los dos esclavos que cerraron la pesada puerta haciéndola chirriar ensordecedoramente y sumiendo a la celda en un espeso silencio que solo era roto por el inacabable goteo procedente de algún lugar impreciso.
11 comentarios:
Como digo últimamente cuando leo algo que me parece digno de mención: pura literatura, Malena.
Un abrazo, artista.
Muy chulo guapa! muy bien escrito y con un final impactante, redondo redondo :)
me alegro de que hayas vuelto a escribir nena, se echan mucho de menos historias con tanta calidad como esta.
un beso grande princesa, se feliz :)
Tan bueno como siempre, un gustazo el que estes en la celebración. Y el caso es que preferiría que Némesis se dedicara a otras cosas, como usar el google, un detalle muy gracioso.
A ver si nos vemos más veces ;)
Un abrazo,
Pedro.
Ya echaba de menos tu literatura ;) Me ha gustado bastante este relato. Al principio me estaba recordando a una trampa de Saw, y me he ido sorprendiendo a medida que avanzaba el relato. Las descripciones, impecables, y la unión entre la mitología ancestral y el mundo contemporáneo me ha gustado mucho. Sin embargo (y reconozco que yo muchas veces peco de lo mismo), sería bueno que revisaras los textos antes de subirlos, porque a veces se nos escapan algunos errores de ortografía y de puntuación que restan calidad a un texto de por sí excelente.
100 besotes
Mun
Sencillamente es ....genial,,, me agrada ver que el lapsus que has tenido (literario) no te ha desentrenado, sino k sigues creando relatos con la calidad a la que nos tienes acostumbrados....y es que...el que vale, vale. Eres grande.
besos x mil
¡Qué ganas tenía de leer algo tuyo nuevamente! me ha encantando tu relato, como mezclas la mitología con el día a día.
Y sí, estoy de acuerdo, muchas personas merecerían que Némesis les hiciera una visitilla, sólo de esa manera serían conscientes de lo que supone manejar los hilos de otras personas como si fueran marionetas sin tener en cuenta nada más. Tanto dolor, tanto sufrimiento...afligido en sus propias carnes...sí...quizás esa fuera la cura al odio, quien sabe.
El mundo sería un lugar mejor con unos cuantos abrazos más y unas flores de añadidura.
Un abrazo enorme,
Oski
Pues mira, tomarte ese descansillo te ha venido de perlas, porque esto que has escrito es sencillamente genial...
Me ha encantado!! Aunque tengo que reconocer que al principio se me pusieron un poco los pelillos de punta... jijiji...
100 besines de todos los sabores y 100 abrazos de todos los colores.
Yo me rasgo las vestiduras...rasshh.
Increible, literatura y de la buena. También tenía ganas de leerte ya. Me gusta todo en sí, no sobra ni falta ná. ¡Felicidades y bienvenida de nuevo!.
La trama es ... la leche.
Besitos y a por 100 frases más. :)
P.d. Jópelines que bueno Malena.
Hacía mucho que no pasaba por aquí, creo que más tiempo incluso que el que no publicas y al leer esto me he quedado con ganas de más. Decirte que el principio me ha encantado y que es digno de admiración y envidia por mi parte. La conversación me ha sacado un poco del escenario, ya que detalles como el google, no me pegan en este tipo de historia, pero el resto simplemente genial!
Te apuntaré para no perderte la pista que luego ya sé lo que me pasa..
Un saludo
Y es que no queda mucho que añadir. ¡Con que fuerza has llegado! Las descripciones, los diálogos, lo bien que relacionas tiempos pasados con los actuales (lo del google al principio me descolocó pero ahora no lo movería de allí)... Un texto prácticamente redondo. Ahora que has vuelto a cogerle el hilo...no lo dejes! :)
Un abrazo
Enhorabuena!! Vaya que maravilla de texto has escrito, exquisito trato de la palabra, la riqueza del amplio vocabulario, un escenario reducido pero lleno hasta arriba de contenido donde el dálogo y los silencios que dejan paso a las expresiones van en perfecta armonía.
El tiempo que estuviste sin escribir ha sido vengado, ahora no dejes de hacerlo!
Un abrazo y felices 100!!
Publicar un comentario